Me levanto por la mañana y lo primero que hago es encender el móvil, revisar mis Whatsapps por si hay algo importante y ponerme al día en las redes sociales. Miro Twitter superficialmente, mientras desayuno deprisa, porque si no lo hago llegaré tarde a la universidad.
Corriendo, cojo mi tren y me monto en los primeros asientos del vagón, para estar más cerca de la puerta y salir antes. A mi lado hay una treinteañera estudiando inglés empresarial. Al otro lado, un hombre de negocios contesta correos electrónicos uno tras otro. Enfrente, una mujer intenta conciliar el sueño. Parece algo normal dormirse en el tren a las siete de la mañana, pero esta escena se repite al mediodía y por la noche con cientos de personas. Eso ya no es tan normal.
El tren se para en Atocha y sufro varios empujones mientras bajo del vagón. La lucha por subir las escaleras mecánicas consiste en ir colándose poco a poco para ir de los primeros y correr hacia el andén. A través del corredor los ciudadanos caminan en direcciones distintas sin mirarse, sumidos en el yo y en la monotonía. Zombies. Cada uno llega a su sitio y espera, inmóvil. Sin sonreír o expresión alegre, profundamente serios.
Grises.
En el siguiente tren, mientras amanece, intento reflexionar el por qué de tanto desapasionamiento. Aunque yo también formo parte de ese entramado convencional, intento mirarlo desde fuera, y solo veo títeres de un gran sistema que nos maneja a su antojo y nos hace esclavos de una nueva droga: el dinero. La enfermedad del siglo XXI es la adicción al trabajo, provocada por un virus absurdo que nos hace confundir lo verdaderamente importante en nuestras vidas. Si no fuera por aquellos trozos de papel de colores cualquier ser humano se habría negado en rotundo a vender su tiempo a la rutina, engatusados tan solo con el hecho de tener más. Pero, ¿más de qué?
Por eso me ha sorprendido ver reflejado hoy, en Twitter, lo que venía pensando toda la semana, y que ciertamente me ha rondado por la cabeza muchas veces a lo largo de mi vida. Se trata de una serie de fotografías que imitan a la mensajería instantánea e ilustran muy bien lo que intento transmitiros, y que pretenden impulsar un movimiento llamado #MakeTimeForLife.
Os invito a deteneros un momento en medio de este caos y valorar lo realmente importante, aquello que nos hace sentirnos vivos, y no aquello que nos vuelve un poco menos hombres y más máquinas. Que trabajar es necesario, pero no lo primordial.
Porque a trabajar vamos todos los días, pero vida solo tenemos una.
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